LA OTRA TRANSICIÓN QUE POCOS MIRAN
En la mirada política, no solo cambia el poder: también cambian los acomodados, los que intentan seducir al nuevo gobierno, mientras temen que su tiempo se esté agotando.
Cuando un gobierno termina y otro comienza, no solo se mueven los escritorios: también se reacomodan las intenciones, los temores y las ambiciones silenciosas que orbitan alrededor del poder. Hay quienes se aferran al discurso de la transición solo para asegurar su lugar en el próximo capítulo, no para aportar claridad.
En cada transición política aparece una escena que rara vez se menciona, pero que todos reconocen. Es la de quienes han perfeccionado el arte de “estar bien con todos”, los camaleones institucionales. Acarician cada gobierno como si fuese propio, cambian de rumbo sin pudor, sin rubor, y siempre encuentran la forma de caer parados.
A su alrededor se mueve otro grupo: los urgidos. Los que, al ver que llegan tiempos nuevos, se aceleran, exageran se muestran más presentes que nunca. Son los que, de golpe, descubren problemas invisibles. Necesitan ser vistos. Fabrican discursos grandilocuentes que terminan creyéndose ellos mismos. En su intento de resaltar, convierten sus opiniones en relatos, y sus relatos en una verdad paralela que pretenden imponer al resto. Despliegan gestos calculados para mantener relevancia. Los que aparentan apoyo institucional, pero en el fondo buscan blindarse.
También están los que huelen revancha. Los que no sumaron cuando podían, pero ahora se sienten llamados a “poner orden”. Los que buscan saldar cuentas pendientes con gestos teatrales y esperan que la nueva administración los considere imprescindibles o valientes.
Y en contraste, están los asustados: los que sienten que su etapa se apaga. que el teléfono dejará de sonar y que ya no habrá palco reservado para sus comentarios. Para ellos, cada día de transición es un grano menos en el reloj de arena.
Pero hay otro tipo de presencia, más oscura y oportunista: los carrapiñeros políticos. Los que sobreviven picoteando restos, alimentándose del desconcierto y del ruido que genera este tiempo. Se mueven en silencio, se adaptan rápido, se camuflan según la ocasión. No aportan soluciones ni ideas: se nutren del caos, sostienen el relato que más les conviene y celebran cualquier chispa que les permita mantenerse relevantes. Son aves de paso, pero dejan sombra.
Mientras tanto, la ciudadanía observa. Nota quién se esfuerza por impresionar para acomodarse, y quién se acomoda para impresionar. Nota cómo algunos intentan disfrazar ambición de compromiso, y cómo ciertos discursos que jamás importaron de pronto se vuelven urgentes.
Pero la transición real —la que importa— no se juega en pasillos, discursos o gestos calculados, ni en puestas en escena. Se juega en la decisión de construir una forma más honesta de administrar, de gobernar y de representar.
San Roque necesita una transición que deje atrás estas viejas coreografías. Que el cambio no sea de sillas y nombres, sino de actitudes. Que la política vuelva a mirar hacia afuera, hacia la gente, en vez de mirarse hacia adentro para ver quién acomoda mejor su sombra.






Comentarios (0)
Comentarios de Facebook (0)