OPINIÓN | EL CINISMO COMO DISCURSO Y EL OPORTUNISMO
Hay una gran diferencia entre la conmoción genuina y la conmoción impostada. La primera brota del dolor sincero, de la empatía irremediable ante el horror de lo irreparable. La segunda, en cambio, es una puesta en escena, una declamación vacía, un artilugio discursivo destinado a la autopreservación. Es en este segundo grupo donde encaja el reciente discurso inaugural del período de sesiones ordinarias de la legislatura provincial, por parte del gobernador sobre el caso Loan.
Dijo el mandatario que el caso "conmocionó y sigue conmocionando". Extraña confesión para alguien que, desde el primer momento, no sólo intentó clausurar cualquier atisbo de incertidumbre, sino que incluso aventuró, en un acto de irresponsabilidad imperdonable, que "el caso ya estaba esclarecido". Lo hizo desde sus redes sociales, con la misma liviandad con la que opina sobre temas o anuncia el plus de los empleados provinciales. Ahora, cuando la realidad lo contradice, ensaya un giro discursivo: "Hay que apoyar a la Justicia Federal". Magnánima recomendación, viniendo de quien, con su intromisión prematura y temeraria, minó la credibilidad del proceso judicial.
Es que la Justicia no necesita "apoyo" de quienes la torpedearon; necesita, en todo caso, que no la usen como escudo retórico cuando la marea les es adversa. Pero la hipocresía política es un arte, y en este caso, su ejecución ha sido impecable.

Aún más obscena es la danza de algunos periodistas satélites que orbitan en torno al poder, disfrazados de inquisidores de la verdad, cuando en realidad son oportunistas de la tragedia. Son ellos quienes, con micrófono en mano y una cámara delante, con una falsa muestra de buscar la verdad, han convertido el caso Loan en un rentable espectáculo mediático. Se venden como fiscalizadores de la ética, pero su verdadera moneda de cambio es el morbo y el usufructo del mismo. En realidad, son parte del mismo engranaje de cinismo; mientras el gobernador se esfuerza en mostrarse inmaculado, ellos capitalizan el drama con una rentabilidad que no admite escrúpulos.

Así se teje esta trama nauseabunda: un político que intenta borrar con discursos sus propias imprudencias, y una prensa adicta, por la pauta publicitaria, amante de la carroña, que lo secunda con una devoción que nada tiene que ver con la búsqueda de justicia. Mientras tanto, la verdadera conmoción (esa que no se declama, sino que se padece) sigue siendo patrimonio exclusivo de una familia destrozada y de una sociedad que aún se pregunta cómo pudo pasar esto.






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