La Mirada Inmortal de San Roque: Un Viaje del Niño al Adulto
En mi memoria de niño, hay un recuerdo que brilla con una claridad especial: la mirada de nuestro Santo Peregrino de San Roque. Esta figura, que hasta no hace mucho encabezaba la procesión por las calles del pueblo, tenía una característica única que capturaba mi atención; sus ojos.
Recuerdo vívidamente cómo, al estar frente a la imagen del santo, sentía que su mirada trascendía y la perfección de su tallado le otorgaba vida. Mi madre solía decirme: “Cuando vas a la iglesia, la mirada de San Roque es tan impresionante que parece real.” Sus palabras resonaban en mi mente y me llevaban a las novenas con un fervor especial. Pasaba el tiempo contemplando esos ojos, intentando descifrar la historia de lucha que se ocultaba detrás de su intensa mirada.
La mirada de San Roque de Montpellier, nuestro santo patrono, no solo reflejaba para mí, el sufrimiento, sino también un heroísmo silencioso de aquel nacido en el siglo XIII en Montpellier, Francia, donde abandonó su vida de privilegio para dedicarse a los enfermos de peste, en un acto de valentía y altruismo que lo llevó a recorrer ciudades en busca de aliviar el dolor ajeno. En su viaje, él mismo contrajo la peste que había tratado de curar, una paradoja dolorosa que acentuó su sacrificio.
A través de sus ojos, me permitía vislumbrar estos actos heroicos, el dolor de un luchador incansable y la esperanza que sus acciones infundían. Me absorbía en esa mirada, tratando de comprender por qué había escogido una vida de sufrimiento en lugar del confort que podría haber tenido. La imagen de San Roque encarnaba no solo el dolor, sino la fortaleza de un hombre que eligió la entrega total a su misión.
Hoy, la imagen de San Roque reposa en el retablo de nuestra iglesia. Aunque sigue siendo majestuosa, esa mirada ahora parece estar más distante. La distancia física entre la imagen en el retablo y el lugar donde solía estar, durante la procesión, simboliza, de alguna manera, la distancia entre el niño que fui y el adulto que soy ahora. Lo que antes me parecía tan cercano y real, ahora se siente lejano, y esta distancia refleja mi propio viaje desde la niñez hasta la adultez.
La mirada de San Roque, que una vez me inspiró con su intensidad y profundidad, sigue siendo un símbolo poderoso de fe y sacrificio. Aunque la imagen ahora esté más alejada, su impacto en mi vida permanece. Su mirada, con toda su carga de historia y emoción, sigue siendo un faro que ilumina mi camino, recordándome la fuerza y la dedicación que debe tener el corazón humano.
P.F






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